El frisbee de la paz

Un viento suave recorría el campo escolar mientras los alumnos de 4º, 5º y 6º se reunían para el gran partido final de la Semana de la Paz y los Hábitos Saludables, titulada “Esto es Paz Comido”. Durante esos días, habían explorado juntos cómo la paz se construye a través del respeto, la cooperación y también desde lo que comemos. Después de charlas con una nutricionista y clases especiales en las que aprendieron sobre la importancia de una alimentación equilibrada, llegó el momento de cerrar la semana practicando los deportes alternativos que tanto les habían gustado: Ringo, Datchball y Ultimate Frisbee.


El grupo de 5º estaba especialmente emocionado porque ese día jugaban un torneo entre clases. Isabel, la capitana del equipo amarillo, revisaba las reglas del Ultimate Frisbee, que su maestro de Educación Física les había recordado: “No hay árbitros, sois vosotros los responsables de resolver los conflictos hablando y siendo justos. Así es como se pone en práctica el Espíritu del Juego”. Aquella frase le parecía importante, porque no solo se trataba de ganar, sino de aprender a entenderse y trabajar en equipo.

El partido empezó con energía. El equipo amarillo lanzó el frisbee hacia su compañero Álex, quien corrió ágilmente, pero justo antes de atraparlo, un jugador del equipo azul saltó y desvió el disco fuera del campo. La jugada fue tan ajustada que comenzó un pequeño desacuerdo.

—¡Estabas pisando fuera! —gritó Álex.
—¡Eso no es cierto! Yo salté desde dentro —respondió Pablo, del equipo azul.

Por un momento, parecía que el conflicto iba a arruinar la jugada. Isabel levantó las manos y dijo:
—Chicos, tranquilos. Recordemos lo que hemos aprendido: resolvamos esto juntos.

Formaron un pequeño círculo para hablar y, después de escuchar a ambas partes, decidieron repetir la jugada. Ese gesto de cooperación dejó a todos más tranquilos, y el juego continuó con buen ánimo.

El descanso y los hábitos saludables


Cuando llegó el descanso, los equipos se sentaron juntos bajo la sombra de unos árboles. En sus mochilas, en lugar de las habituales patatas fritas o galletas industriales, llevaban frutas, frutos secos y bocadillos caseros. Aquella semana habían aprendido que muchos de los alimentos ultraprocesados, como los refrescos azucarados, las chucherías o las bolsas de snacks salados, no sólo les daban energía muy corta, sino que también les hacían sentirse más cansados a largo plazo.

—¿Sabías que las galletas que venden en los supermercados tienen tanto azúcar que te da un subidón rápido pero luego te deja sin fuerzas? —dijo Lucía mientras compartía una mandarina con sus compañeros.
—¡Y ni hablemos de las bebidas energéticas! —añadió Marcos—. En lugar de eso, estoy comiendo plátanos, porque tienen potasio, que es buenísimo para los músculos.

El maestro pasó por allí y les recordó otra cosa importante:
—¿Qué tal van esas botellas de agua? Recordad que la hidratación es esencial, sobre todo cuando hacéis deporte. Los refrescos os deshidratan, pero el agua os mantiene frescos y llenos de energía.

Mientras comían, los alumnos también recordaron los ejemplos de alimentos que sí les ayudaban: frutos secos para tener energía durante los partidos, bocadillos de pan integral con aguacate o queso fresco, y frutas como las manzanas, que daban sensación de saciedad.

—Al final, comer bien es como jugar bien —comentó Isabel—. Si no comes lo correcto, no rindes ni disfrutas.

La importancia del respeto en el juego

El deporte es mucho más que una actividad física; es una oportunidad para aprender valores que nos acompañarán toda la vida. Cada pase, cada jugada y cada colaboración entre compañeros les recordaron a los alumnos que el respeto es la base de cualquier relación. A través del esfuerzo compartido, aprendieron que valorar a los demás, escuchar sus ideas y celebrar sus logros fortalece no solo a un equipo, sino también a las personas que lo forman.

También descubrieron la importancia de la empatía, de ponerse en el lugar del otro y comprender que cada uno da lo mejor de sí mismo. Aprendieron a ser humildes en la victoria y resilientes en la derrota, entendiendo que el verdadero triunfo está en la superación personal y en el crecimiento como grupo.

En cada deporte, se dieron cuenta de que el compañerismo crea un ambiente donde todos se sienten apoyados, donde no importa tanto quién marca el punto final, sino cómo el equipo avanza unido. Jugar juntos les enseñó que las diferencias no son barreras, sino oportunidades para aprender y enriquecer la experiencia colectiva.

En definitiva, el deporte les mostró que respetar a los demás y a uno mismo, esforzarse y colaborar no solo hacen que los juegos sean más divertidos, sino que ayudan a construir un mundo más justo y pacífico.

El frisbee como símbolo de unión


En la última jugada del día, el frisbee voló alto, girando bajo el cielo como si estuviera guiado por el viento. Lucía, del equipo azul, corrió hacia él y lo atrapó justo en la línea de gol. Los aplausos de los jugadores y espectadores llenaron el campo.

Pero lo más importante no fue quién ganó, sino cómo todos habían aprendido a jugar juntos, a cuidarse unos a otros y a ser responsables de sus acciones. Al final del torneo, el maestro reunió a los equipos y les entregó un frisbee a cada uno con una frase grabada:

“La paz se construye con respeto, trabajo en equipo y una mente sana en un cuerpo sano”. Ese día, los alumnos se dieron cuenta de que los valores que habían practicado en el campo —resolver conflictos, dialogar, respetar y cuidarse con hábitos saludables— eran tan importantes como los juegos mismos. Al igual que en la vida, si todos trabajan juntos, el resultado siempre es positivo.

Entre risas y promesas de volver a jugar pronto, los niños se llevaron a casa no solo el frisbee, sino también una lección que quedaría en sus corazones: la paz y la salud comienzan por pequeños gestos, tanto en el juego como en la vida diaria.


Contesta a las preguntas que aparecen en el siguiente enlace: El frisbee de la paz.

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