30 de enero, Día de la Paz. No violencia en el deporte

El peligro del silbato

La pantalla de un móvil se ilumina en su mesilla de noche. Comienza a sonar una melodía algo estridente y pronto Zakarias la silencia con un gesto automatizado, sin necesidad de abrir los ojos. Inconscientemente murmura “5 minutos más y me levanto”. Hoy es sábado, día de partido, algo que a “Zaka”, como le llaman sus amigos, le motiva pero a su vez le inquieta más que a cualquier jugador. Es consciente de que en unas horas estará expuesto a improperios y ofensas de un gran número de personas. Algo que para cualquier jugador de primera regional sería muy extraño e impactante, pero que, sin embargo, para un árbitro no es más que el pan de cada día.

Zakarias Cheddadi es un joven estudiante de tercero de sociología, aficionado a los debates políticos, al fútbol y a disfrutar con sus amigos. Para él, el fútbol siempre fue una de sus pasiones. Desde que era un niño le gustaba practicarlo aunque nunca fue su fuerte. En los recreos, los otros niños de clase jamás le elegían para jugar en sus equipos y se veía algo apartado. Por ello Cheddadi, sobreponiéndose al “bullying” de sus compañeros, asumía la figura de árbitro. Lo que con once años era un juego, con quince se volvió realidad. Decidió inscribirse de manera oficial y desde entonces lleva pitando cada fin de semana, a pesar de no contar con el visto bueno de sus padres, que conocen la violencia a la que está expuesto.

Zakarias tras esos cinco minutos de lucha consigo mismo decide levantarse de la cama para prepararse y desayunar. Antes de salir de casa siempre se acuerda de llevar alguna barrita energética para sus árbitros asistentes, una pequeña tradición entre algunos colegiados y un amable gesto entre compañeros.

Tras desayunar y preparar la maleta con lo necesario, se despide de sus padres y se dirige a la estación de metro para ir al campo. Como él mismo relata, los días de partido no son del todo normales “no puedes evitar sentirte un poco nervioso, esperas no equivocarte, ser fuerte ante todas las presiones y centrarte en el partido”. “Cuando llegas al campo comienza el protocolo y toca observar el estado del campo, hablar con los delegados, completar el acta, etcétera” resumía.

Con el pitido inicial da comienzo el partido y con ello, el calvario para el árbitro. Los espectadores cuando no están de acuerdo con la decisión del colegiado se lo hacen saber por medio de todo tipo de insultos, improperios, palabras malsonantes, gestos obscenos y amenazas. Aunque bien es cierto, que Zakarias como cualquier árbitro ya está acostumbrado a esta situación e intenta normalizarla y no verse afectado. Las protestas de la grada eran continuas durante todo el partido y el acoso al colegiado se repetía otro fin de semana más. La afición joven se ensañaba con “Zaka” y la presión resultaba difícil de soportar. El peor momento fue cuando le rodearon entre los jugadores, gritándole a pocos centímetros de la cara “pero si no me dejáis ni hablar” les replicaba. Al final del partido, tuvo que expulsar a un jugador por los continuos gritos y protestas maleducadas. “Al fin y al cabo, no puedes tratar con todo y hay algunas veces que es insostenible hablar con los jugadores” argumenta.

Este es el caso de Zakarias Cheddadi, un árbitro que no ha sufrido ninguna agresión física en su carrera como colegiado, aunque se ha visto obligado a llamar a las fuerzas de seguridad del Estado en tres ocasiones para no correr peligro. Se trata de un caso cualquiera, en cualquier lugar de la geografía española, un acontecimiento cotidiano en este país. Un problema social en el que la gente corriente está inmersa y que se repite cada fin de semana en todos los campos de fútbol.

Según estadísticas de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, los agentes tuvieron que prestar sus servicios en 5.797 ocasiones en la temporada 2014-2015 en el fútbol no profesional. En la categoría de aficionados, es decir mayores de diecinueve años y no profesionales, intervinieron 2.140 veces, esto es, la categoría en la que mayor número de denuncias se han dado. Cabe destacar que según las estadísticas, la segunda categoría donde más acciones policiales se registran es en el fútbol escolar, con niños de nueve a catorce años. Algo alarmante que demuestra la existencia de los conocidos “padres hooligans”, que según informa El Correo, causan el 80% de los altercados en el fútbol base. Por el contrario, el punto positivo lo muestran las mujeres, que tienen la cifra más baja de conflictos, concretamente 110 en la temporada 2014-2015.

Guillermo González, un experimentado entrenador que ha dirigido a diecisiete equipos diferentes, afirma rotundamente que se trata de un problema social. Según Guillermo, los jugadores, muchas veces influenciados por sus padres, culpan al árbitro no sólo de sus propios errores, sino también de sus derrotas. En cuanto al tema de la competitividad, Guillermo no cree que sea perjudicial para la situación que se vive hoy en día en los campos de fútbol, “Un buen entrenador enseña a los chavales desde el principio que no deben meterse con el árbitro. Que tengan objetivos altos o mucha competitividad no influye si existen ciertos límites que no se sobrepasan”. Guillermo González, intenta educar a sus jugadores para que no se produzcan estas situaciones e incluso condena las conductas irrespetuosas “si un chaval tiene una falta de respeto con el árbitro, estará un partido sin jugar y como su reacción sea reiterativa me planteo incluso echarle del equipo” explica.

Xabier Rodríguez Campos cuenta con una gran carrera como árbitro y hoy en día es colegiado en la tercera división de Galicia. Además, es uno de los administradores de una página web llamada “arbitro10.com”. Desde el punto de vista de la experiencia, considera que existe un problema con la violencia física y verbal que sufren los árbitros, más aún en las categorías infantiles.

Según Rodríguez Campos, la figura del árbitro recibe insultos por sus errores, algo que no ocurre en ninguna otra profesión, y esta actitud de menosprecio hacia el colegiado, la sociedad de hoy la consiente. “Cuando uno va a una cafetería y le sirven un mal café, no vuelve, o como mucho pide una hoja de reclamaciones. Pero nunca se le ocurre llamar burro o insultar al camarero. En cambio, al árbitro se le puede insultar y forma parte de la normalidad. En el fútbol vale todo y cualquiera se puede desahogar en esos noventa minutos” explica.

El trato violento al colegiado, según confirma el sindicato de árbitros “está absolutamente normalizado y nos encontramos padres insultando a los árbitros con sus hijos al lado. No entienden que el árbitro es la figura encargada de impartir justicia en un partido y se creen con el derecho a criticar cualquier decisión del mismo, utilizando la violencia verbal o física si lo creen necesario”. Además, el sindicato de árbitros va más allá y explica que se habla de diferentes medidas para prevenir estas situaciones, pero que sin embargo, no son más que “cortinas de humo para tratar de calmar la mala imagen que pueda tener el fútbol”. Por ejemplo el sindicato destaca la medida puesta en marcha por la Federación Catalana de Fútbol y que lleva por nombre “Zero Insults”.

Los árbitros deben superar varias pruebas para adquirir el título y poder ejercer. En esa preparación, además de la teoría del reglamento, se imparten nociones básicas para sobrellevar la presión y los insultos que reciben. “Los árbitros además de soportar las palabras ofensivas o amenazas de terceros, deben aguantar el tipo y no pueden sonreír, ya que si sonríen puede dar la sensación de que es una provocación” asegura Xabier Rodríguez Campos. Mikel Núñez, árbitro vizcaíno en categorías no profesionales, coincide con Xabier en que los árbitros “deben saber controlarse y jugar con sus propias emociones para no perder en ningún momento las formas”.

El sindicato arbitral va más allá y no cree que los árbitros reciban la preparación para afrontar estas situaciones de violencia. Según sus propias palabras “se sobreentiende que somos árbitros y debemos convivir con la violencia, así nos educan”. Por si fuera poco, la edad media con la que los árbitros debutan son los diecisiete años, “una edad en la que no se está formado como persona y el enfrentarse ante esta violencia puede tener graves consecuencias psicológicas en un futuro” expresa el sindicato.

El administrador de “arbitro10” considera “antes el fútbol base era una actividad recreativa, ahora se ha dramatizado mucho”. Hace unos años los mayores problemas se daban en el fútbol regional, en cambio, hoy en día, ha habido un traslado hacia las categorías infantiles, donde los padres son los mayores culpables de los conflictos. “Esto hace veinte años era inimaginable” concluye Xabier. Ciertas hechos anecdóticos reflejan claramente la situación, por ejemplo cuando el padre le pregunta al niño el resultado ¿cómo has quedado?, en vez de preguntarle si se ha divertido. El sindicato de árbitros coincide en que la figura paterna de los niños es muy influyente y la parte esencial del problema. “Si conseguimos erradicar la figura del padre hooligan, los futuros jugadores serán diferentes y nada tendrán que ver con los jugadores actuales que se han criado en climas de violencia futbolística”.

Un futuro incierto


Todas las fuentes consultadas coinciden en que el fútbol actual no respeta a sus jueces. Mikel Núñez asume que “el mayor arma del árbitro es la paciencia”, y poco puede hacer ante lo que le digan desde fuera del campo. El problema en ocasiones es más profundo de lo que parece y la sociedad lo tiene normalizado. Incluso los árbitros asumen en cierto grado que cada fin de semana serán expuestos a una retahíla de insultos y lo ven como algo normal.

Xabier Rodríguez Campos observa tres puntos diferentes en los que debería incidirse para tratar de solventar el problema aunque advierte de la dificultad que entraña. En primer lugar, los medios deben tratar la imagen del árbitro con más respeto. “Cuando el árbitro comete un error siempre se buscan intereses ocultos, transmiten la imagen de que si se equivoca es por alguna razón” relata. Otra de las medidas según Xabier, es que los jugadores profesionales tuvieran más responsabilidad con sus conductas. Las acciones buscando engañar al árbitro o las faltas de respeto a colegiados no ayudan. Y por último, la tercera medida consiste en charlas y medidas de concienciación para prevenir este tipo de actuaciones. Xabier destaca que los entrenadores y los clubes hoy en día están mejor formados que los anteriores y esto siempre resulta positivo.

Por otro lado, desde el sindicato arbitral abogan por medidas que limiten a corto plazo el impacto de la violencia, como por ejemplo la paralización o suspensión de partidos por violencia verbal, germen de la violencia física. Aunque, con miras a largo plazo, se debería de huir de las sanciones como remedio contra la violencia, y apostar por programas y proyectos basados en la educación. “Se debe trabajar desde la base para tratar de conseguir generaciones limpias de violencia que puedan devolvernos un deporte digno en el futuro” explican.

Texto tomado de Pisando la calle. El peligro del silbato.

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